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y una noche, una de las lanzas del martirio que viajaba a Roma, para ser conservada en la Curia general de la Congregación. Se puso la lanza junto al gran Crucifijo que preside la capil1a y se celebró la Eucaristía evocan– do al vivo el recuerdo de los Hermanos. En la comu– nión, después de haber comido el Cuerpo del Señor y haber mojado los labios en el cáliz de su Sangre, pasa– ron las hermanas, pasamos todos, a estampar un beso en la lanza que se recostaba junto al pecho del Señor. Era en la cuna de la Congregación donde al princi– pio unas hermanas habían entregado su vida como oblación de caridad. La muerte de Inés vista desde las Terciarias Capuchinas La muerte de Inés tuvo al instante el eco estremeci– do de una carta de la Superiora General, quien desde Quito el 29 de julio dirigía una circular a la Congrega– ción con este título: Martirio de la Hna. Inés Arango V. "Considero que a nivel de Congregación, este es un acontecimiento de gracia y predilección de Dios y que merece por lo tanto una especial acogida en nuestro co– razón y una honda acción de gracias al Señor. Cuando San Francisco recibió la noticia de la muerte de los pri– meros misioneros en Marruecos exclamó: Ahora sí pue– do decir que tengo unos verdaderos Hermanos Meno– res..." Evocaba el encuentro con ella días antes en Bogotá. 270 Cuando personalmente saludé a Inés en Bogotá durante los días del COMLA (Congreso Misionero La– tinoamericano), me contó cómo había estado vivien– do sola con los Huaorani durante los 15 días anterio– res al Congreso. Pude comprobar cómo ninguna privación ni sacrificio le parecía importante porque los amaba intensamente. Me contó cómo sentía que Dios la llamaba a dar su vida por ellos. Y comentaba: 'En una ocasión el piloto del helicóptero nos dijo: ¿los encontraremos vivos cuando vengamos a buscar-

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