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queñez y la aparente fragilidad en árbol frondoso de paz y de resurrección Esta lanza repitió en pleno siglo XX la historia del Calvario. De cada herida del cuerpo de Inés empieza a bro– tar la sangre redentora de los Aucas, de los Tagaeri, de nosotros mismos. Era, pues, en las Iglesias de Latinoamérica un coro unánime de voces que, al pedir al Señor por aquellos dos hermanos que transpasaban las puertas de la eterni– dad, se sentía desde el corazón la necesidad de celebrar la muerte de Alejandro e Inés, en el centro de la Euca– ristía, como e] ejemplo de un glorioso martirio. Junto a la pila bautismal y en otros lugares Vayamos ahora a la pila bautismal de Alejandro La– baka. En la parroquia de Beizama, pueblecito natal de Monseñor, se celebró un funeral el lunes 27 de julio. Lo presidió un obispo vasco, Mons. Garaygordóbil, obispo dimisionario de Los Ríos (Ecuador). Le acompañó otro obispo vasco, Mons. Garmendia, obispo en Nueva York para el sector hispano, y concelebraron una treintena de sacerdotes. La Eucaristía se hizo en euskera, y la homi– lía pronunciada por Mons. Garaygordóbil también. Una homilía contagiosa de fervor y de entusiasmo. Al princi– pio se expresaba así: 266 Nos ha afectado mucho a los mmoneros vascos la noticia de la muerte de Alejandro; pero a mí, os di– go, me ha afectado en verdad, y no es solo porque tengo que decirlo. Yo he recibido un gran gozo. Ya sabía. yo que tarde o temprano iba a suceder algo parecido. Desde hace tiempo Alejandro vivía. en un gran peligro; y no porque le gustase el peligro, s ino porque lo que tenía que hacer le empujaba al peligro. ªMorir a manos de los indios: morir a manos de los indios a quienes tanto quería; morir de una muerte
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