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los que personalmente conocía. Recordaba su vieJa amistad con Monseñor y cómo se había permitido h a– cerle algunas observaciones y plantearle algunos peli– gros que podía tener en su contacto con los Tagaeri. •¿y si te pasa algo? Y si te atacan, ¿qué vas a hacer? Varias veces me contestó: - No te preocupes que los indígenas Aucas, al volar en helicóptero sobre ellós, me hacen señas con los bra– zos para que descienda y baje a su terreno. Y en un su– puesto que me pase lo peor, si me matan, te pido que comuniques a mis familiares, a los religiosos, a los m i– sioneros, fleles y pueblo en general mi última voluntad: Que por causa de mi muerte no haya retaliaciones de nin– guna clase, ni venganzas, ni se derrame una sola gota de sangre. Moriré contento por esos indígenas a quienes tanto quiero. Ya en el año 1965 en la alocución que con motivo de la investidura como Prefecto de Aguarico, dijo a los que tomamos parte en la ceremonia: En mis funciones de Prefecto Apostólico de Aguarico, haré todo lo que pueda para incorporar a la civilización y a la fe cristia– na a las minorías indígenas de nuestra Amazonía Ecua– toriana y en especial a los Aucas, aunque para ello tu– viese que perder la vida. Así pensaba Alejandro". Y como así pensaba Alejandro, y toda la m1s10n al unísono con el corazón de su Obispo, después de la muerte del Pastor y de la Hermana Inés, se tomaron las precauciones para que no se derramara una gota de sangre vengadora. La Hna. Inés Ochoa junto con la Hna. Dolores, ambas Lauritas, y la seglar Dra. Lourdes Silva, del Hospital de Rocafuerte, irían, al grupo amigo de los Huaorani, en plan de visita cordial, con un mensaje de paz: rogarles encarecidamente que no tomasen venganza ni represalia contra el grupo Tagaeri, tribu antogónica de los otros grupos. Un instinto tribal podía llevarles a la muerte, porque al fin Alejandro, el Capitán Memo, era hijo de Palma e Inihua. Según el deseo del Capitán na– die podía matar a nadie, porque Huinuni no lo permite. 262