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Por aquellos días -ya lo sabemos- están en Coca unos Huaorani, entre ellos lnihua, el padre de Alej andro que le aconsejaba no bajar. Al recibir la noticia quedan consternados, con lágrimas en los ojos; están absortos, apoyados en la pared. El patio de la casa se va llenando de gente. Los Huaorani no pueden soportar aquella tra– gedia, la mirada de la gente... Quieren marcharse. A las pocas horas se habían ido por el rio. Jesús Elizalde les proporcionó una canoa. El rescate Las autoridades militares se han volcado por facilitar eficazmente el rescate. En la Brigada de la selva, en Co– ca, se prepara un helicóptero grande: 2 pilotos, 18 solda– dos y los PP. José Miguel Goldáraz y Roque Grández. Se diría que José Miguel es un experto en tales trances: va a ser éste el tercer rescate en el que le toca actuar. José Miguel da una consigna a los mi1itares: No hay que dis– parar un tiro. Por lo demás está convencido de que los Tagaeri después de la masacre han huído. A la altura del Campamento Base de la CGG se de– tiene el helicóptero grande y de la base surge uno pe– queño que irá adelante, abriendo camino; les acompaña también otro helicóptero artillado del ejército. El helicóptero grande no puede bajar a la tripulación junto al bohío, donde están los cuerpos con las lanzas; pero a unos 200 metros hay un claro mayor, una espe– cie de pequeña plantación de yuca y plátano. Es el sitio donde habían echado los regalos. En el suelo se ve una caja de cartón vacía y una botella de aceite; también una lanza tirada por el suelo. "Ahí los dejaron, ahí baja– ron, pensamos - escribe Roque. De pronto nos llama la atención un palo que mantiene en la punta en forma de bandera un gran hueso atado. Después nos explicarán los Huaorani amigos el significado. Si por un camino encuentras dos lanzas cruzadas, no puedes pasar pues serás muerto. Igualmente si vienes de arriba, del aire Y bajas, también encontrarás la muerte. 252

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