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tranquilamente por 1 camino hacia el lugar. No lleva– ban lanzas y había ás de 200 metros desde la choza hasta el lugar donde echaron los paquetes. El helicóptero tomó vuelo, dio una vuelta y se colocó como a 3 metros del suelo para bajar a Monseñor e Inés con la grúa. Y bajaron poco a poco. En ese momento, que los Tagaeri estaban muy, muy cerca del helicóptero se replegaron, se dispersaron y se escondieron. Algunos sencillamente se agacharon y como que cubrian su· cuerpo y cabeza con brazos y manos. Los dos estaban en el suelo y el helicóptero se elevó separándose del lu– gar, alejándose para volver como a los 5 minutos. Volvieron y encontraron el lugar casi como lo habían dejado. Monseñor y la Madre Inés estaban a pocos me– tros del lugar donde habían bajado, y los Tagaeri no se acercaban y todavia estaban ocultos. Al ver esta situación el helicóptero se alejó definiti– vamente, no sin antes ver que tanto Monseñor y la Ma– dre Inés llamaban como a gritos, con las manos puestas de bocina junto a la boca, a los Tagaeri. Sabemos lo que entonces estarían diciendo, al modo de los Huaorani: Hemos venido. - Estamos aquí. - Somos amigos, etc. El helicóptero se recogió en un campo de apoyo dentro de la selva, se aprovisionó de combustible y es– peró un tiempo para volver a ver cómo les había ido a Monseñor y a la Madre Inés. Habría pasado como media hora, y fueron, pero se perdieron, no dieron con la choza. ¿Incomprensible? Sí, pero fácil de entender. Sencillamente se equivocaron de río, como punto de referencia. Dieron vueltas y vueltas y no encontraron la choza. Nadie sabe explicar por qué no intentaron de nuevo volviendo al campamento de apoyo y comenzando de nuevo la operación. Segura– mente que el jefe de la CGG también estaba contagiado de la seguridad y confianza que irradiaba Monseñor. Yo mismo les pregunté si tenían intenciones de volver esa tarde, y me contestaron que no, que tenían programados otros trabajos·. 249
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