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do se hace cada vez mayor. Roque se retira -tiene que retirarse- y mira el reloj: son las 10.30 de la mañana. El misionero de Coca, Roque Grández, no vuelve a Coca. Se queda a la espera, a ver qué noticias trae el he– licóptero. *Me vuelvo al galpón-comedor, que se convertirá casi durante tres horas en la sala de espera. Estoy ilusiona– do. Mañana yo iré a visitarlos. Para mí será la primera vez también en los Huaorani. No me importa el Colegio. Por un día dejaré de ir. Los exámenes seguirán su curso. Y llevaré la cámara y haré fotos de recuerdoª. Sigue pensando: *Hoy es un día grande en la historia de Ecuador; el último grupo que permanecía sin contac– to con el resto de los ecuatorianos hoy se integra en la historia nacional. Una vez más la Iglesia en su obispo y en su humilde misionera será quienes harán esta gran obra. Se necesita valor; Dios nos lo da porque nos da amor a este pueblo. Hay un rato en que uno se queda embobado, ensimismado por la ausencia, la marcha de los otros. Y el pensamiento del posible peligro uno lo retira, no lo deja entrar, sencillamente lo sofoca·. ¡Alejandro e Inés con los Tagaerl! Volvió el helicóptero a la base con tres hombres de tripulación, vacío de regalos. Alejandro e Inés ya estaban con los Tagaeri en un punto ubicado entre los ríos Ti– güino y Cachiyacu, en la provincia de Pastaza, cerca del área del Cononaco, en la zona del Bloque 17 para la ex– ploración petrolera. ¿Cómo había sido? El episodio visto desde el helicóptero fue, según la carta que escribió Roque al P. Domingo Labaka (30-VII), de esta manera: "Y a la vuelta me contaron lo ocurrido. Llegaron y lo primero que hicieron después de dar una vuelta y hacerse presentes fue echar los paquetes de regalos que habían llevado: ollas, machetes, hachas Y algo de comida para compartir, como arroz, papas y plá– tano verde. Al echarlos salieron de la choza y fueron 248
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