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estaba proyectado para festejar en Sangüesa con sus compañeros de curso las Bodas de Oro de vida religiosa. Iba a llegar a España el día 2 de agosto; no llegó... En aquel momento recibió un nombre nuevo; se lla– maría Fray Manuel de Beizama. Era el uso centenario entre los capuchinos y múltiples congregaciones religio– sas. Durante varios decenios, hasta ser nombrado Pre– fecto Apostólico (1965), Alejandro Labaka seria identifi– cado en la Orden como Fr. Manuel de Beizama o P. Manuel de Beizama: Fue su maestro de novicios el P. Venancio de Ariza– leta -39 años- que había asumido el cargo un año an– tes, venido de Alsasua, donde era el Prefecto espiritual del colegio. Del P. Venancio, que terminó siendo un ve– nerable confesor de dulce entonación, cuentan que era duro, que es como decir austero, observante, si bien él mismo, de salud de roble, iba el primero. En aquellos tiempos privaba la observancia regular u observancia religiosa. es decir, el cumplimiento exacto de las normas previamente aceptadas en la Regla, en las Constituciones, en las Ordenaciones de los capítulos ge– nerales, en el Manual Seráfico. No podemos decirlo con retintín. Nuestra Orden y nuestra Provincia tenía un his– torial de santidad. El noviciado se concebía como un tiempo particular– mente serio e importante, como una oportunidad privi– legiada para fraguar las grandes decisiones que iban a marcar el futuro. Durante el año de noviciado no se permitían visitas de familiares ni correspondencia epis– tolar, salvo excepciones, claro está. El rigor específico de este año de prueba era la intensidad con que se lleva– ban los ejercicios del espíritu y las prácticas de austeri– dad de la Orden: maitines nocturnos, estricta pobreza en celda e indumentaria, largos ayunos, frecuentes discipli– nas. Los días de disciplina para todos los religiosos eran tres: lunes, miércoles y viernes. Con muchísima frecuen– cia los novicios añadían el ..plus• de su generosidad. De Alejandro nos cuenta un connovicio cómo se arreaba sin miramientos en su celda recoleta; imposible ocultar los chasquidos del látigo. Era evidente -añade el mis- 23
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