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Entre los seráficos había uno llamado El Angel de las Misiones. Era el paladín que antes de las recreaciones debía gritar algún mensaje, como este: •¡Veo los chinos, veo los chinos!, gritaba Justo Bretonieres interrumpien– do sus juegos. Murió mártir en Corea. ¿No podría hacer yo algo por ellos en esta recreación?" Había un Banco Misional, que no era para recoger dinero para las misiones, sino misas, comuniones, rosa– rios, mortificaciones, jaculatorias... Día a día se apuntaba en una papeleta, y al final del mes, entregadas de modo anónimo, se hacía la suma y el balance por cursos. La Comisión Misional se encargaba particularmente de di– namizar el movimiento misionero. Dicen las crónicas co– legiales que un mes antes de marchar los de quinto al santo Noviciado, se hizo la renovación de cargos en la Comisión y Alejandro fue elegido presidente. La madre En el quinto año de Humanidades hay un aconteci– miento en la vida de Alejandro que traspasó su corazón, la muerte de su madre Paula. Lo cuenta así, después de cincuenta años, recordando el hijo capuchino Manuel (P. Domingo): "La madre murió a temprana edad, a los 45 años, de un infarto probablemente. El desgaste de la vi– da trabajosa y, tal vez, los avatares del primer año de la guerra civil: sin comunicación con los hijos capuchinos, el hijo mayor, Pedro, en el frente de combate y su mari– do a vivir como a escondidas, durmiendo en el campo o en otras familias, etc., todo esto hizo mella, sin duda en su corazón cansado y no pudo resistir la fuerza de los acontecimientos. El día 22 de diciembre de 1936 falle– cía. Los dos hermanos capuchinos pudieron acudir a los funerales; no así el hijo mayor a quien los militares ne– garon el permiso. Todos los hijos han sentido una veneración y cariño de gratitud imborrable hacia su madre, pero Alejandro 21

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