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curso era el sacristán de la capilla colegial. Alejandro tu– vo este oficio y honor. Al cuidado de sus manos la capi– lla estaba muy limpia y el altar de la Virgen era un pri– mor en mayo y en las fiestas marianas. Pero interesa que hablemos de las misiones. Al pie de un árbol morir Los capuchinos que han pasado por el seminario de Alsasua, que entonces y también bastante más tarde eran cinco años continuos sin vacaciones en familia, no pueden menos de recordar aquel canto titulado Despedi– da del Misionero, detonador de muchas emociones. La le– tra decía así: Mañana en un frágil barco me he de engolfar en la mar; daré un adiós a mi patria, el último adiós quizás. Por si Dios quisiera que no vuelva más, el corazón te dejo, Pastora celestial. Tenía cuatro estrofas, de las que normalmente cantá– bamos dos, la primera y la última. No temo las muchas aguas, ni el indómito huracán, que es dulce a quien busca el cielo hallar su tumba en el mar. Mi vida no es mía, que a Dios se la di, y donde Dios me mande allí quiero morir. 19
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