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constitución atlética. Manuel cuenta que en aquella cua– drilla Alejandro era el preferido del abuelo que solía de– cir: - Hori dek mutila, hori... (¡Ese, ése es un chicarrón, trabajador y valiente!). Alejandro, perfecto monaguillo durante años, que cantaba sonoramente los cantos de comunión mientras sostenía la bandeja, Alejandro buscaba otra cosa con una ambición que no le abandonará en toda la vida..., y no quería seguir haciendo el tonto. Seminario de Alsasua Dos años después de su hermano, Alejandro se fue al seminario capuchino de Alsasua. Iba lleno de ilusión a empezar el quinquenio de Humanidades que duraría de 1932 a 1937, los años de la República española y del co– mienzo de la Guerra Civil. Allí convivió tres años con su hermano Manuel, que luego, a partir del noviciado, se llamaría Fray Domingo de Beizama y más tarde Padre Domingo o familiarmente, en euskera, Txomin. Como bagaje cultural, aparte de su lengua, traía las primeras letras que en el pueblo de Beizama enseñaban a chicos y chicas José y Jovita, los maestros del pueblo. Era este un matrimonio que bien merecidamente se habían gran– jeado la estima y afecto de todos los hijos de Beizama. El recién estrenado seminarista no podía captar la gravedad de la situación política que afligía al país. Mu– cho menos podía hacerse cargo de un problema por el que luchaban unas minorías sensibilizadas y rebeldes: la defensa de la lengua y de la cultura vascas. En el semi– nario y en la provincia religiósa de los capuchinos las cosas iban, más o menos, al son y ritmo de los criterios de la jerarquía y de las autoridades civiles. Sin embargo, en honor a la verdad, hay que decir que, en medio de no pocas tribulaciones, los frailes y eclesiásticos -capu– chinos y otros- fueron pioneros a la hora de reavivar la conciencia patria de los vascos, bien es cierto que enfo– cando el asunto desde una ladera preferentemente reli- 17

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