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La avioneta cumplirla su servicio en la aproximación a los Huaorani, y al mismo tiempo seria utilizada para vuelos misionales a Quito y para el traslado de enfer– mos. El trayecto Quito-Coca-Nuevo Rocafuerte suma una distancia de más de 600 km. La avioneta comenzó a surcar el bajo cielo de la sel– va viendo los bohíos de los Aucas, trazando mapas para ver cómo se podría abordar la entrada por río y tierra. La avioneta lanzaba regalos envueltos en plásticos. Ob– sen•aban los misioneros que en la región de Coca y Pompeya los Aucas se mostraban satisfechos, dando muestras de alegría, en tanto que los Huaorani del Co– nonaco agitaban sus lanzas contra aquel artilugio que aparecía en el cielo de la selva. Los trabajos de los evangelistas rendían sus frutos. Los Huaorani del Bajo Río se agrupaban con los del Al– to Río, cerca del río Oglán en el Curaray. Y en efecto, la avioneta observaba a partir de 1968 que ciertos bohíos aucas estaban quemados. Se llegó a saber que el Institu– to Lingüístico se hacía cargo de los Huaorani en el Ti– huaeno. Había, por tanto, una parte del terreno auca su– ficientemente atendido. En estas circunstancias la misión pensó que podría prestar nuevos servicios a los pobladores cambiando la avioneta Cesna 185 por otra Cesna 208 con turboali– mentador, más ventajosa para cruzar la cordillera andi– na. La manutención de la avioneta, aparte del misionero aviador, requería otro personal técnico. Mons. Labaka en el Concilio había contratado los servicios de un joven matrimonio misionero, con la suerte de que el marido, Antonio Abejer, tenía el título de piloto civil. También un capitán del ejército español, Joaquín Femández Ga– lindo, se había ofrecido a Monseñor para pilotar la avio– neta. Aun en condiciones ventajosas, todo esto suponía dinero. El asunto de la avioneta se fue complicando por múltiples circunstancias: por manutención del personal, porque ya la explotación petrolera comenzaba a cam– biar los planes ~e comunicación en la selva, y, en fin, 98