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Alejandro e Inés, imprudentes o audaces, resplandecieron como héroes. Nadie como ellos podía presentarse, con hechos, como defensorde los más humildes. Ningúnpremio, nacionalo internacional habría igualado al premio de las alabanzp,s que se les tributaron * * * En medio de estas resonantes verdades, el secreto de nues– tros hermanos - para nosotros, hermanos entrañables hasta la ternura- es otro; y esto, en general ni la prensa ni la televisión, demasi.ado gananciosas de lo espectacular, saben captarlo ni decirlo. La muerte deAlejan.dro e Inés no es una detonación re– pentina. no. El martirio amoroso de estos óptimos cristi.anos es la desembocadura de la historia de una fidelidad. Y como la fidelidad fue la fidelidad a un carisma que ambos recibieron de Dios desde temprana edad. elcarismamisionero, la graciade es– te martirio hayque verla en la armonía a la fidelidad a un caris– ma, abierto sin condiciones a la acción divina. El propósito de estas páginas, escritas en tomo del primer aniversario, es justamente éste: narrar con sencillez una histo– ria, que es coherente desde el principio al final y que como re– mate, por su sola gracia, el Señor quiso coronar con la palma del martirio. El primer Obispo de la naciente lglesi,a de Aguarico merece una biografía detallada y critica; el materi.al es abundantisimo. La Hermana Inés, sencilla religiosa, no ha dejado apenas archi– vo, pero bien merece de parte de sus hermanas que se vayan re– copilan.do los datos de su trayectoria, que terminó de modo tan glorioso. Lo que aquíyo trazo en estas rápidas páginas es un esbozo, una semblanza -espero que fuledigna- de ambos misioneros. Y me place unirlos a los dos, puesto que una muerte in.divisa ha juntado perpetuamente su memori,a para honorde la Iglesia de Aguarico. 8
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