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Rumores de sangre. Es el día 3 de noviembre. Después de mediodía llega desde Nuevo Rocafuerte el P. Superior Regular, Manuel Amunárriz, para reunirse con su Consejo. A las seis y media de la tarde estamos cenando, cuando vienen a visitarnos las Hermanas Lauritas. Justo un sencillo saludo y Cecilia descubre su gran preocupación: - Padres, ¿saben lo que se corre en la calle? . ? - l .... . . - ¡Que los Aucas han matado a varios trabajadores! Nos cuesta darle crédito pero, de verdad, nos inquieta. Decidimos ir directamente a las oficinas de la Compañía General Geofísica. El señor Zurita nos acoge amable y preocupado. No hace falta pre– guntarle nada: él mismo se adelanta a confirmarnos la noticia. Se sabe que hay un muerto, dos heridos, dos perdidos al huir a la selva. Toda la tarde la han pasado evacuando de la zona a los demás trabajadores. La alarma ha cundido por todos los lados. - Mañana por la mañana avisaré al señor Viteri su llegada - dice -y seguramente necesitaremos su presencia. Recemos por los muertos. Nuestra reunión del día 4 con el Superior Regular, tratando de los asuntos pendientes de los Hermanos Capuchinos de esta pequeña por– ción de la viña franciscana, se ve silenciada muchas veces por el es– truendo de los helicópteros que sobrevuelan en Coca. La atmósfera sigue muy densa y tormentosa. Los ánimos están reocupados. Las noticias oficiales son más exactas: no hay heridos; se ha halla– do al extraviado; pero son tres los muertos. En la calle corren fabulosas historias, llenas de misterio, salidas del horno tropical. Serían las cinco de la tarde, cuando la gente aseguraba en la calle: - En ese helicóptero vienen los cadáveres. Yo espero en el terminal de los militares, pero el helicóptero aterri– za en Texaco. Poco después veo llegar a los militares, cansados, sudo– rosos, trayendo algunas lanzas. Siento una tristeza que me asfixia. Me dirijo a uno de ellos y le pregunto: 81

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