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Todo esto fue recibido entre gritos de júbilo, palabras inarticuladas y asombro por parte de los Huaorani. Pahua se sintió en el deber de proferir w1a especie de sortilegio continuado, que hacía repetir a todos los circunstantes. Mi tarea. Mientras permanecían en su asombro comencé la tarea. Había he– cho un calor extraordinario, 38 grados en Pañacocha. Los animales, después de varios días de viaje y mal comidos, corrían gran peligro. Saqué los perros de su jaula. Pahua insistió en que les presentara a los perros. Accedí: - Hemumos animales, - dije - aquí están mi madre Pahua y demás /1er– manos Huaomni. Os traemos aquí para que les ayudéis en la cacería, guardéis sus casas y los protejáis de los animales dañinos. Creced y multiplicaos. Amén. Y salieron las gallinas y los gallos. No sé si cambié el orden de la creación. Les di a beber agua, que devoraron con desesperación. Entre tanto atardecía, y llegaron representantes de todas las fami– lias. Se hizo un alboroto inenarrable: me pedían explicaciones de todo género, que procuraba satisfacer como me era posible, mientras hacía imposibles esfuerzos para aliviar el ahogo y la asfixia del gallo más gordo de todos. Los nombres. El joven e inteligente Araba, mi compañero de fatigas anteriores, no me dejaba en paz. - ¿Cómo se llama cada uno de los perros? Pues no había tenido la prolijidad de preguntar y había que pen– sar. Intenté ponerles nombres quichuas y no acerté. Entonces me salie– ron, todos seguidos, en chino: Pelku, Taku, Huanku, Shiasku. Velada nocturna. Ya conocen por otras descripciones las veladas nocturnas que se organiza el pueblo Huao a la luz y aJ calor del fogón. Esta noche la voz cantante la llevaron los jóvenes Araba y Quemomuni y este servidor, que tenia que repetir e imitar sus cantos, sus gritos y los de todos los animales de la selva. Me sentía verdaderamente rendido. 62
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