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Esperando al helicóptero. El día 5 amanece lloviznando y con neblina baja. Mi dilema es: ir– me por la selva o esperar que algún día venga el helicóptero. Intento convertir a los Huaorani en mensajeros, escribiendo una carta para que me la lleven al campamento; pero, sin podérmelo expli– car, no se atreven. Interviene mi madre Pahua con un consejo maternal: -No te vayas. Estás bien aquí. Decido esperar este día y, si no llega el helicóptero, salir mañana por la selva hasta el campamento, guiado por los Aucas. Una caída y mi cirineo. Ha llovido y la tierra está resbaladiza. Cuando estoy realizando mis tareas y casi en la cima de la pendiente con el caldero de agua en el hombro, me resbalo y caigo, bañado en sudor, agua y barro. Pacientemente subo por segunda vez hasta el mismo sitio e invito a Araba, que me acompaña, para que se me adelante y me coja desde arriba el caldero de agua. Así tuve éxito, y pensé haber encontrado mi "cirineo". Comediante y niño. Como otros días, me dedico a ratos a ser niño entre los niños y co– mediante entre los grandes. Tengo que cantar "como cantaba mi padre, mi madre, mis hermanos". Por cada uno busco en mi repertorio cantos distintos: Agur Jaunak, Aurtxo txikia, Sachapi canquimi, salmos. Otras veces tengo que imitar el ladrido del perro, el canto del gallo, etc, y cuando tengo algún éxito lo tengo que repetir varias veces. Este día ten– go mucha fortuna con los ejercicios físicos de yoga y fisioterapia que me enseñó la Hna. Carmencita García para aliviar mi artrosis cervical. Por la tarde se marchan todos, excepto las familias de Inihua y Ompura. Por la noche hubo mucha calma, tan sólo interrumpida por los consabidos cantos litánicos de Ompura y Peigo. Una batalla a ganar. Peigo se quedó, al parecer, sin hamaca y se acercó a mi cama. En días anteriores le había rechazado, pues le temía por sus ademanes e intentos provocativos homosexuales. 51
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