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Un baño-de.sudor. Por la tarde me dediqué a hacer leña y a traer agua. Cuando acabé la tarea mi cuerpo sudaba a chorros por todos los poros. Intenté coger mi toalla para secarme, pero Peigo me picJ1ó que esperara. Corrió don– de Teca, le cogió el niño de sus brazos y me lo restregó fuertemente, pecho con pecho, espalda con espalda, con visible aprobación de la madre y protesta airada del pequeño, que debió sentirse abrasado por el sudor ardiente de mi cuerpo. Otra vigilia. El bohío está repleto de gente; arden cuatro fogones, que mantie– nen el calor de la tertulia familiar. Esta noche van interviniendo, des– de sus respectivos ángulos, Pahua, Buganey, Teca; mejor diría que to– dos intervienen a la vez. Es noche de luna, y hacia las nueve se oyen voces lejanas desde la selva: son Huane y los jóvenes, que llegan con su botín desde el cam– pamento de la Compañía. A su llegada se completa una increíble alga– rabía, pues todos hablaban del acontecimiento, refiriendo hasta en sus mínimos detalles todo lo sucedido. Hasta bien enh·ada la noche se pro– longó el bullicio. Nuevo bautismo de sudor. Paso el día 4 de enero en espera del helicóptero, que no llegó. Los alimentos escasean, pues nadie salió estos días de cacería ni pesca, a pesar de que ahora tienen muchos anzuelos y abundante sedal. Por la tarde me dedico a mis tareas de hacer leña y traer agua pa– ra los tres fogones de la casa. Y, corno siempre, estoy sudando a mares. De nuevo se repite la escena de secarme el sudor con tres niños varo– nes; no sé si por secarme a mí para que nada me haga daño, o por el contrario, para hacerles partícipes a los niños de alguna virtud espe– cial. Se advierte el cansancio en la asamblea, y, sobre todo, la falta de alimentos es grande: todos nos mantenemos a base de plátano muy verde, desleído en agua (chucula), algunas semillas de chontaduro y chupando caña de azúcar. Comienzo a preocuparme, sin acertar qué partido tomar al haberme fallado el helicóptero y desconocer por com– pleto la razón. La noche se pasa más calmada, aunque no faltan los gri– tos, cantos y letanías, tanto de ellos como míos. 50

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