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Día 18 de agosto. Tuve la grata visita del P. José Miguel Goldáraz. Había llegado Ja tarde anterior y venía ilusionado con la oferta del Sr. Viteri de llevar– nos al caserío de los Huaorani. Llegaba bien dispuesto a quedarse con ellos para siempre o, por lo menos, por un año entero. La gente disfru– tó también mucho con su visita. Decía que quiere hechos, hechos rea– lizados por hombres decididos y no bellos informes; por eso, es parti– dario de que nos metamos sin más donde los Aucas. Lo demás son "cn– gadicas ". Llegó el helicóptero, pero sin plan para el vuelo hacia los Aucas. José Miguel tuvo que regresarse a Pañacocha porque tenía una reunión con sus gentes. Monseñor me saluda personalmente desde la oficina de la Compa– ñía en Coca y también me saludan sus sobrinos, que están de visita al Ecuador. Hacia las tres de la tarde llega el Sr. Jorge Viteri en el helicóptero para llevarme al caserío Huao. También había lugar para el P. José Mi– guel; en su ausencia, el agraciado fue el capataz, Manuel Gustavo Gamboa. ¿Coincidencia?: Buen representante de nuestro primer Pre– fec to Apostólico, P. Miguel Gamboa, que tanto deseó la evangelización de estos grupos y organizó varias expediciones hacia esas zonas. Desde lejos pudimos divisar la carpa robada hacía unos días y ya montada junto a una de sus casas; estaría a unos 25 kilómetros de nuestro campamento. El grupo familiar de los Huaorani, capitaneados por Peigo y el "Tuerto", nos esperaba fuera de sus casas, haciéndonos señales para el descenso del helicóptero. La semana anterior habían trabajado afano– samente, tumbando los árboles más altos y limpiando el sitio para ate– rrizar, aparte de ocuparse en montar la carpa. Cuando descendimos, los hombres estaban ya todos vestidos con las ropas robadas anteriormente y las mujeres no tuvieron reparos en acercarse a coger los obsequios, vistiéndose con lo primero que les ve– nía a las manos. Después de los primeros saludos, yo les decía señalando la casa: - Oatbuba... (Quiero ver .. . ). Ysin reparos de ningún género me invitaron a entrar a la casa, jun– tamente con el capataz, que era también muy conocido por el campa– mento. 27

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