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X ANIVERSARIO A los diez años de la muerte de Alejandro e lnés podríamos resumir, como telegramas urgentes a la conciencia, algunas noticias, efectos u olvidos que guarda relación con aquél hecho: • Su 'causa', es decir, la forma en que vivieron y murieron, está sien– do reconocida por la Iglesia institucional, quizá un día los propon– gan como modelos de vida consecuente y cristiana. Quienes los co– nocimos sabemos muy bien que fueron al menos beatos, felices, con su misión. Pero sabemos que las cosas del palacio eclesial van des– pacio. • Sin duda con su muerte se hizo de nuevo verdad el dicho evangé– lico: la muerte de los justos trae vida para el pueblo. Poco después del suceso, el pueblo huao vio legalizado en buena parte su territo– rio por el Estado ecuatoriano; ya no son aucas, sino ciudadanos. To– davía fa lta un poco para el total reconocimiento social a estos gru– pos, faltan ayudas limpias en su entorno y sobran ambiciones, sin embargo se está más cerca de cumplir el pedido de Alejandro: es preciso firmar la paz. con ese pueblo. • El dan donde murieron los misioneros sigue libre, aunque asedia– do. Una muchacha tagaeri nos ha contado cómo fueron las muertes de los misioneros y otras muchas de su grupo, las razones y sinra– zones para todo ello, y nosotros las relatarnos en un libro Los Huaorani en la historia de los pueblos del Oriente. Los llamados tagaeri necesitan la ayuda del Estado, también la de sus hermanos huaorani, para preservar la vida y sus derechos en libertad. • Lo que algunos todavía se empeñan en llamar integración huaora– ni es una historia en buena parte triste.Mientras el bosque de su en– torno se empobrece y su cultura ancestral parece más que transfor– marse en buena medida desaparecer, crece en tomo a ellos una as– fixiante selva de intereses económicos donde podrían desorientar– se o corromperse de forma irremediable. Tal parece ser uno de los regalos envenenados de nuestra civilización. 211
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