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Los antropólogos han reconocido que la supervivencia étnica depende de la capacidad que tiene una cultura de adaptarse y cambiar a ambientes que cam– bian. El pueblo Huaorani vivía en un "refugio amazónico" pero evidentemente y por múltiples circunstancias internas y, sobre todo, por influencias de culturas circundantes se ha roto su aislamiento y se impone un cambio irreversible. El ideal es que este cambio para ampliar su ambiente físico, social, ideoló– g ico y tecnológico lo hagan de la mejor manera que el los prefieran y no según preferencias impuestas desde el "exterior" del grupo. (Dr. Jaime Yost también opina asf). ¿ES "CHOCANTE" COMO LLEGARON LAS ESCOPETAS?: El asunto es ya muy viejo. Los Huaorani han sentido en carne propia la eficacia de las armas de fuego a lo largo de su historia de roces con los "extra– ños". Han constatado su utilidad para la caceria mayor observando a los veci– nos y, sobre todo, desde el tiempo del petróleo en que muchos de los grupos de trabajadores, principalmente los de "trocha" empleaban algunos nativos para ayudarse con carne de cacería en su alimentación. A ellos les robaron las primeras escopetas. Posteriormente unos de los contratistas de CEPE les cam– biaron una respetable cantidad de cartuchos por lan7..as, cerbatanas y aves. Así se originó un deseo incontenible de adquirir esa mercancía. Las mismas insti– tuciones del Gobierno, por ejemplo al hacer el censo en 1975 y posteriormente el capitán Villalba que trabajaba para TEXACO, llevó representantes de algu– nos grupos al Sr. Presidente de la República a Quito y obtuvieron escopetas. Hace algún tiempo desde Tigüeno, Dayuno, Curaray, salen vía Misahuallí a los mercados de Tena, Coca, etc. Ante estos hechos, yo me encargué de llevarles tres escopetas que les ha– bían ofrecido los personemos de CEPE y, para que no acostumbren a lamen– dicidad, les recibimos en reciprocidad cerbalanas. GRUPO DE CONONACO: Estos, desesperados, ante la negativa reiterada de Sam Padilla, lingüistas y organismos de turismo para traerles escopetas, me vinieron trayendo una cantidad nada despreciable de moneda extranjera como dólares americanos, francos suizos, etc. pidiéndome exclusivamente escopetas, ollas de aluminio, cartuchos. Hice todo lo posible para declinar este encargo pero no pude por– que, después de oírles con paciencia, me convencí de que tenían toda la razón. ¿Qué se pretende con darles dinero que ni conocen ni pueden cambiar? ¿No es eso una burla y una injusticia? Ahí está el primer mal. Una vez que tienen dinero, ¿cuál sería la razón para no ayudarles a obte– ner lo único que quieren y lo quieren pagar con su dinero? ¿Se puede abusar de su impotencia, negando lo que es legal para todos los ecuatorianos y que ellos consideran necesario? Además, ¿se puede favorecer un programa de tu– rismo que pretende tenerlos aislados y estancados en su primitivismo, sólo por imposición extraña y que exclusivamente busca el interés propio, particu– larmente el interés económico y no precisamente el bien mayor del pueblo Huaorani? Ante estos graves interrogantes, yo les facilité las escopetas para las que ellos me trajeron dinero suficiente en moneda extranjera. 185

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