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Y vamos por la segunda. Por la noche, viendo que escaseaban nuestras provisiones alimen– ticias y que, por otra parte, había motivos suficientes para estar cansa– dos, nos preguntamos qué sería más conveniente: si terminar la segun– da quilla que estaba comenzada o dejarla a la iniciativa de los Huaora– ni para que ellos mismos Ja terminasen. Los tres misioneros seglares sienten pena de dejar la obra a medio terminar¡ por eso Mariano y Wi– lo se comprometen a reforzar nuestra dieta con carne de lagarto que "chuzarán" esta noche estrenando la nueva quilla. Así queda decidido: les dejaremos terminada la segunda quilla con la otra troza del cedro. Efectivamente, tuvimos un desayuno suculento con carne de cai– mán, que los Huaorani no quisieron comer a excepción de Tehuane, que comió muy a gusto. Fue otra mañana de intensa actividad, en que de nuevo se conjugaron por igual la armonía y la ilusión, la destreza y la experiencia. Una verdadera consagración de la técnica milenaria del hombre quichua al servicio de los hermanos de otra cultura milenaria en un oasis de la amazonía. A las dos y veinte minutos de la tarde la segunda quilllta, algo más pequeña que la anterior, estaba bonitamente terminada. Queda sin «quemar", pero esperando ser lanzada a las aguas del Pañono. lnihua se comprometió a darle el bautismo del fuego, que le defenderá de la polilla: "huumu" y no "ayabe" como decía yo; los Huaorani celebro.ron con grandes carcajadas mi equivocación. Todavía quisimos dejarles preparada la troza de la punta del cedro para que labrasen una quilla pequeña, pero resultó con hueco. Religiosidad Huaorani. Dos hechos volvieron a llamar poderosamente mi atención: En pri– mer lugar, el hecho ya citado cuando en la casa de Nampahuoe la Hna. Inés nos repartió la comida a todos y Ornare entonó con toda esponta– neidad una recitación, que pareció completarla mientras comía. El segundo protagonista fue mi padre Inihua. Pahua, mi madre, había pasado muy triste el día, afectada de dolores neurálgicos con fuertes escalofríos. Después de administrarle unas pastillas e imponer mi mano sobre su cabeza pidiendo el alivio de su enfermedad, me re– tiré a descansar en la habitación contigua, donde estaban ya acostados Marcelino y Tehuane, pues Araba y Agnaento con Mariano y Wilfrido habían salido a pescar lagartos. 165

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