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De todos modos, Nampahuoe y Ornare están muy dentro de nues– tros recuerdos. Me hago más bien la ilusión de que son los "últimos profetas" de un pueblo libre del Antiguo Testamento esperando ento– nar el "nunc dimittis" de la liberación de su pueblo por Cristo. Araba solicita venirse con nosotros. Mi hermano Araba estuvo notoriamente animado, obsequioso, en este encuentro. Tenía preparada una serie de lanzas que nos fue obse– quiando, de dos en dos, además de unos brazaletes típicos de las cele– braciones de sus fiestas, tejidos por él con lana de ceiba. Nos acompa– ñó hasta la canoa impecablemente vestido y, en el momento de partir, nos sorprendió con la insistente petición de que le trajéramos a Nuevo Rocafuerte. Estaba dispuesto, según decía, a pasar con nosotros hasta la próxima visita, que les habíamos señalado para después de cuatro meses y medio. Su petición e insistencia nos cogió desprevenidos; no veíamos cla– ro. Por temor a un fracaso, optamos por postergarle el viaje hasta la próxima visita, confiando estar mejor preparados para recibirle entre nosotros. Pero la petición y la promesa subsisten. ¿Qué ventajas? Su venida podría significar la formación del após– tol del grupo. ¿Peligros? Tratándose de una minoría tan pequeña, desligar a un joven de la talla de Araba supone problemas en Ja misma; además, fre– cuentemente pierden totalmente el aprecio de los valores de su pueblo y se convierten en presa fádl de la llamada civilización de consumo, o lo que es peor todavía, en explotadores de su propia gente. Esperamos que el Señor de la Historia del Pueblo Huaorani nos li– bere de esa desgracia. Amén. 152
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