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que me hice después de los hechos que voy a describir, procurando ser sincero para ser comprendido o corregido. Mi madre Pahua se empeñó en que todos durmiéramos en su ca– sa, a pesar de no haber casi sitio material para ello. En medio del bohío, entre las hamacas de las Hermanas y la del P. Manuel, me indicó mi lugar para dormir, juntamente con los jóvenes Yacata, Agnaento y Araba. Extendimos el p1ástico negro y una manta vieja, cubriéndonos con otra por encima. Los jóvenes estuvieron más juguetones que nunca, abundando en palabras y signos que figuraban la unión de sexos, permitiéndose to– camientos en los genitales. Esta vez me molestaron especialmente, has– ta constatar con algazara que las reacciones viriles son idénticas entre nosotros y los Huaoraní. Con todo, no insistieron ni conmigo ni entre ellos de manera que se produjera polución. Procuré no hacer ningún drama y me esforcé en actuar con naturalidad, reírme con ellos y di– suadirles del juego. Me sentf inmerso en la realidad concreta de los jó– venes y pensé aprovecharla para elevar su moralidad. Con signos y palabras aprendidas de ellos les conversé que deben casarse con una sola mujer, mientras les afirmaba que yo era célibe por "Huinuni". En esto, llegaron Mariano y Wilfrido con dos lagartos que habían pescado y todos corrieron, cambiando así totalmente el escenario, mientras yo me quedaba sumido en mis pensamientos: Me veía "hecho pecado" ante el juicio del equipo misionero; con todo, en mi interior me sentía sereno, sin desmerecer la bienaventuran– za de los limpios de corazón que verán a Dios. Si yo no desmerecía esa bienaventuranza, ¿por qué había de juzgar de pecado de erotismo a los jóvenes de mi tertulia? Más bien, en esta cultura famHiar de grupos hu– manos desnudos se tienen como normales y necesarias estas manifes– taciones íntimas de tocamientos físicos que favorecen las relaciones humanas y sociales del grupo. Dentro de una madurez sexual extraor– dinaria, aprovechan todas las capacidades y resortes del cuerpo para la alegría de sus convivencias familiares; ¿no empleamos en otras cul– turas todas las posibilidades de nuestros sentidos corporales para pro– ducir situaciones cómicas y ridículas que provocan la hilaridad y la alegría de unas convivencias? En esta circunstancia concreta nada hu– biera habido tan ridículo ni que produjera tanta hilaridad como la erección conseguida en el Capitán "Memo". Cuando llegaron de nuevo a acostarse, yo acababa de pedir perdón a Dios por si estaba convertido en "un viejo verde homosexual". 146
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