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A las seis y media oscurece. Tomamos chicha de chontaduro y nos acostamos. En un extremo de la casa se halla Deta en su hamaca, jun– to a su fogón; muy cerca, su madre Huiyacamo con el niño chiquito y Caí con el otro en sus respectivas hamacas y otro fogón en el centro; Agnaento en el suelo, sobre unas tablas de chanta, y en el extremo opuesto, sobre un plástico negro y una manta, Yacata y servidor, eufó– ricos ambos por el mosquitero que nos defiende de los mosquitos, ma– riposas nocturnas y otros bichos. La conversación, muy animada, se alarga hasta más de las diez, mientras los pequeños gozan en mandarme grandes luciérnagas que, al menor impulso, encienden sus luces de capricho que compiten con el resplandor de mi linterna de la que se ha apoderado Deta y con to– do derecho. Hacia las dos de la madrugada se desata una furiosa tempestad de truenos, relámpagos y lluvia torrencial. En nuestro rincón se cuela la lluvia con abundancia. Mientras buscamos otro rinconcito, Cai se sube 9. los andamios de la casa para reparar las goteras mayores y Deta, des– de su hamaca, ilumina la escena con la linterna. Recojo la ropa que ha– bía dejado colgada de un palo y que ahora se está mojando y ¡qué sor– presa!: el comején se había apoderado de todas las prendas. Entre tan– to las hogueras se han avivado, alumbrando toda Ja casa y a su llama nos calentamos de la ducha recibida al mismo tiempo que hacemos la limpieza de la ropa, quitando el comején. Todo pasa con la mayor na– turalidad y en un ambiente de fiesta y alegría, entre chistes y risas y carcajadas. Un par de horas más de sueño, y Deta nos obsequia con una tacita de chucula caliente que me sabe a gloria. La mañana está lluviosa y triste. Nos habían prometido el viaje del helicóptero y no podíamos faltar a la cita. Hacia las siete de la mañana nos ponemos en camino para desandar todo el del día anterior. Entra– mos en casa de Huimana y Teca, a medio camino. Cuando llegamos al paso principal del Cahuimeno es el filo del mediodía y el sol arrecia: apetece el baño en sus límpidas aguas. Me retraso de los demás mientras me descalzo y observo que en mi caminata no sólo se ha resentido mi pierna, la del menisco, sino tam– bién las uñas de los dedos gordos de los pies. Al despojarme de mi pantaloneta para introducirme como ellos en el agua, Cai mira deteni– damente al sol y me dice: - Métete pronto en el agua, porque el sol te mira. ¿Que quiere significarme? Observo que siempre que se baña exa– mina cuidadosamente el sol. 119
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