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Al poco tiempo estamos saludando a Deta, Cai, Agnaento, Yacata y Huane. Hablando todos aJ mismo tiempo, me relatan Ja tragedia: Mis padres, lnihua y Pahua y lo mismo Araba, Huiyacamo y otros, están enfermos de paludismo. Esa es la razón de la quema de las casas y del abandono de las nuevas. Me piden medicinas. Cuando les manifiesto mi deseo de quedar– me con ellos unos días, me dan señales de una gran alegría y sincera acogida: - ¡Vamos, vamos, -dicen- nhorn vivimos muy lejos! ¡No liny tiempo que perder, pues llegaremos ni nnoc/1ecer! Mis compañeros se quedan en espera del helicóptero. El Ing. Cas– tiJJo me promete que, al día siguiente, vendrán de nuevo trayéndonos medicinas. Cada uno de Jos Huaorani carga con un pesado bulto. Llevan arroz, azúcar y otros obsequios de Cepe. Yo cargo también mi equipaje. Después de andar un kilómetro se hace un descanso para examinar bien todos los obsequios, comer y organizar ob·a distribución según sus conveniencias. Aligerados los fardos para el viaje, dejan el resto, bien envuelto y atado, colgado de un árbol, y reemprendemos la marcha. Nos bañamos todos en el Cahuimeno, y otro tanto haremos más tarde en el Ñamengono, antes de llegar a las casas. Hacia las cuatro de la tarde se oye el helicóptero que regresa a recoger a mis compañeros, y nosotros, una hora más tarde, estamos llegando a la nueva casa de Cai. Deta tiene el cuidado de que yo cumpla todo el ritual: me pone al frente de todos y me solicita que vaya gritando, para que me oiga su mamá: - ¡Buto pomapa! ¡Guiñenamai! ¿Hua quebuimini? En Ja casa nos recibe Huiyacamo, desnuda y sentada sobre el tron– co de un árbol de1 patio, en plena crisis palúdica. Los intensos escalo– fríos no le dejan articular bien las palabras, pero se esfuerza en contar– me los pormenores de su enfermedad. Afortunadamente traigo unas pocas pastillas de "Aralén" como medida preventiva personal, y le ad– ministro la dosis inicial de cuatro pastillas. Ya denh·o de la casa, reciben los obsequios y revisan todas mis per– tenencias personales. Poco después me dirijo a la casa vecina, que es– tá en otra loma, a unos trescientos metros de distancia, donde habitan Huane con su esposa Neñene y sus cuatro hijos; además, ocasional– mente, viven en la misma los viejos Nampahuoe y su esposa Ornare. Después de una corta visita regreso a casa de Cai. 118
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