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cídos al campo de la muerte : Jlega.r , intimar , y m:r• tar: ¡ay de mi! yo os condusgo ya á la suerte infeliz de nuestras víctimas. Reinando la impiedad es consiguiente la ruina de l os hombres, y su dominio llorará el pueblo; ( 2) Sa ... Iomon nos dej 6 escrita esta sentencia , la historia de to– das las desgracias la confirma , y los objetos que tene– mos á la vista, no pueden engaiíarnos. Entronizada pues en ~ste suelo manresano , por una de aquellas desgra– cias, que Dios raras vezes permite, esta infame diosa de la impiedad tan adorada en el presente siglo , que vivimos: recostada en las benéficas sombras de nuestra ciudad, la meretriz del Apocalipsis bajo el frondoso ár– bol de sus brutáles apetitos : paseada en triumfo , como la estatua de N ahuco , obligando generalmente los res– petos , con amenazas muy severas ¿ que podia resultar de una diosa tan falaz y refractaria, cuyo sistema ge– neral es la opresion de la virtud , en cuya mano reside la vara de Asúr para degollar profetas , y á cuyo tro– no asisten siempre el genio del mal, el espíritu verti– ginoso del error y todas l as tres furias del infierno, que podia resultar ? ¡ ah f bien lo sabeis vosotros fieles manresanos , que lo visteis : bien lo sabeis vosotras, viudas llorosas, que os faltan los maridos, aquellos maridos que tan dulcemente partian con vosotras las amarguras de la vida , bíén lo sabeis , digo , lo que r esultó: espantos, insultos, tropelías , opresiones , ar– restos, padecimientos, muertes de tantos inocentes.... yo me vuelvo á mis hermanos. Arrancados ya el dia 15 de setiembre de 182:: nuestros modestos y edificantes religiosos de este su re– poso , donde alababan á Dios con fervorozo corazon, y distribuían á los otros su b eneficencia como lluvia: despues de una prolongada escl avitud ( 3) , cuyo pan q uotidiano era el temor , era el susto y la zozobra : *

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