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105 minacion mas ignominiosa á la frugalidad y dureza que le habian hecho superior á todos los trabajos. Los que primero fueron el terror de todo 'el mundo, se rindie– ron pavorosos á exércitos de salvages. La misma suerte debia pues caber á la España. Ja– mas potencia alguna ha estado mas bien dispt¡esta ,para ser conquistada. El pueblo oprimido con cargas insopor– tables; las leyes sin vigor., pendientes del arbitrio de los magistrados: la nac,ion dividida entre Carlos IV, sl! privado y el príacipe Fernando: la virtud degradada, la iajusticia generalmente seguida : las quejas se oian e11 el palacio del grande, y en la choza del pastor : la mur– tnuracion contra el gobierno , contra el Rei y las au– toridades , y la cxec.racion pública resonaban de un eK– tremo á otro de la España ': ¿en qué vendrá á parar esto? se pregúntaban todos á la entrada de los frat1- ceses, y revoludon de nuestra corte. La na~ ion se veía á los umbrales de la muerte ; toda la Europa lo cono– ·ci,1: nuestra falta de fuerzas nos habia postrado en la mayor apatía, y hecho casi insensibles á tantos males como padeciamos. Estos.eran ya los síntomas mortales 0 que pronosticaban muí inmediata nuestra di;olucion y ruina. Un terrnr pánico se advertia en todo español: nuestras autoridades eran como uno> miembros yertos sin espíritus de vida_: el sudor frío, precursor cierto del último suspiro, se insinuaba ya en nuestro semblante. iAh! ¿será posible una medicina -que despierte :í la Es- 1'aÍÍa de sL1 letargo y la vi vifi,1ue? ¿hará crisis una en– fermedad que la riene , tan r'endida? ¿se restituirá algun ti-empo á su robustez primitiva? .... Los reinos todos del mundo no nos dan en alguna d e sus revoluciones una idea tan perfecta, capaz dt< igua· larse á _nuestra resurrec<.:ioa política. Roma y Grecia <eQ. fo¡ dias de su mayor gloria- l'JOS submini>tran unos · he– chos, en alguna parte dignos de <."<}mpararse.con los 'nues– tros; aquella despue> da .la batalla de Catrnas, está in.. lf

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