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Aquí, como en los otros centros, las l\11sioneras cuidan de los pequeños mientras las madres trabajan fuera de sus casas t(einta mil habitantes les impresio– na. En su aspecto exterior este su– burbio nada deja que desear. Ras– cacielos de diez y doce pisos, calles espaciosas, jardines bien cuidados, servicios públicos, etc. ; eso al ex– terior; pero al interior 1cuánta ne– cesidad física y moral ! A.l fin, se trata de inquilinos salidos de las chabolas con s us problemas, con su incultura, con su indiferencia y apatia religiosa. El barrio es de to– dos conocido: ÜCHARCOAGA. Y hacia Ocharcoaga se encami– nan estas Misioneras. El señor Obispo de Bilbao, don Pablo Gúr– pide, bondadosamente las recibe, y el celoso Párroco del Santfsimo Nombre de Maria, don Andrés Bil– bao, amab.lemente las acoge. Son las primeras religiosas que se esta– blecen en el barrio. 70 Penalidades sin cuento las espe– ra(\. Carecen de todo... hasta de le– cho para descansar. La noticia de su pobreza cunde por Bilbao. La prensa propaga la noticia de la lle– gada al Barrio de Ocharcoaga de unas monjitas jóvenes, llamadas Misioneras F(anciscanas del Subur– bio, tan pobres tan pobres, que n·i cama tienen para dormir. Y de to– das partes comienzan a llegar ca– mas mantas, y alimentos para abas– tecerlas y suficientes para dar a otros mucho más pobres que ellas. El Banco de los Pobres de .la Ga-– ceta del Norte tiene abiertas sus cuentas a favor de las Misioneras del Suburbio, y no cesa de hacer llamadas de socorro. U nos dias después, y ya cuen– tan en su haber con más de cin– cuenta niños pobres en su impro--

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