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de a)gún n1édico; pero qué pocos de nosotros nos contenta riamos con estas visitas aisladas. No menos lamentable son las con– diciones relig iosas ele los morado– res de este ba rrio. D istante varios kilómetros de la parroquia a ntigua– mente de San Pablo (hoy pa rroquia de San Raimundo de P el'íafort), s in medios de comunicació n, con las incomodidades del polvo en ve– rano y el barro en inv ierno, el abandono relig ioso en que vivían era grandísimo. Por eso no era raro encont rarse con niños de doce y catorce años que todavía no ha– blan hecho la P rimera Comunión ni tenía n la menor idea religiosa. Con la ig norancia religiosa se junta ba la ignora ncia cultura l ele– mental. ¡ Cómo exigir a niños de seis a doce años que se trasladasen diariamente del barrio al pueblo de Villaverde para asistir a una ele s us escuelas elem.enta les. Mi primer visita a.l ba rrio (si ba– rrio puede llama rse) fue deprimen– te. Habla que hacerlo todo. U rg ía por el momento la construcción de un edificio que sirviera de capilla pa ra los .actos del culto, para la instrucción catequística y al mismo tiempo para escuela de prim,era en– seña nza e incluso de d ispensario médico y almacén de p rovisiones. La idea se plasmó pronto en rea- 1Paradojas de la vida moderna 1 A doce kilómetros de la capital de España, y en contraste wn suntuosas viviendas urbanas, centenares de cuevas, diseminadas por la montaña, sirven de morada a seres humanos 54
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