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no se ha ex-tinguido; antes bien, cuenta con no pocos descendientes en los hogares de nuestros subur– bios. Es verdad que la moda de las parejitas en familia no se ha exten– dido entre la población suburbana, pero no faltan lamentables casos. E l niño sigue siendo, por lo gene– ral, el ídolo del hogar del pobre. Las familias numerosas de cinco y más hijos en Jos suburbios son co– rrientes. Mas si, por lo general, no se atenta en el suburbio contra la vida material del nifío, se atenta contra la espiritual, y se atenta con los rnalos ejemplos que ven los peque– ñuelos en sus padres. Se atenta también contra la vida espiritual del niño no previniéndole de los peligros a que están expues– tos, tales corno las malas compa– ñías, la promiscuidad de sexos en 18 la rnisma habitación y camastro, et– cétera. Se atenta, por último, contra la vida espiritual e intelectual de los pequeñuelos no preocupándose los padres de su instrucción religiosa y cultural. Las leyes del Estado tienden a fa– vorecer y proteger al nii'lo en su formación intelectual y cultural. Hasta pasada la edad pos-escolar no se permite que se ocupen lo.<: ni– ños en trabajos privados o públi– cos, aunque estén bien retribuidos. l\fenos se les perrnite trabajar en oficios pesados, conw sucedía hace pocos años e n China, donde los ni– ños trabajaban desnudos en las mi– nas de carbón . Se les denominaba "hor111igas", debido a su pequeña estatura, que les permitía deslizarse y escurrirse en las profundidades de las minas.

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