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co de Río de Janeiro, el Cardenal Gerlier toma aparte a uno de los Obispos brasileños, organizador del Congreso, y le dice : ·• llablernos de hombre a hombre. ¿Cree que pode- 11\0S ostentar s in pecado un fausto religioso semejante en una ciudad rodeada de "favellas" miserables?" Desde aquel día este Obispo se ha c-onsagrado a redimir la miseria de este mundo; es decir, a alojar al Señor, que está desnudo y se le \·is– te en el pobre. Quiera Dios que haya muchos que in,itemos tan hermoso ejenwlo. G) Los enfermos: En el subur– bio, como fuera de él, se presentan rnil ocasiones de practicar la obra de misericordia en favor de los en– fermos, mereciendo en el día de la cuenta oír de los labios del Justo estas consoladoras palabras: "Ve– nid, benditos de mi Padre, porque estaba enfermo y me visitasteis." La enfermedad es, frecuentemente, c:onsecuencia natural de la deficien– te alimentación, de la mala \·ivienda y de las pri\·aciones necesarias para la vida. El enfermo es un pobre de cuer– po, y frecuentemente también de espíritu. Por eso, al practicar la obra de misericordia y de caridad de visitarle se ha de procurar que reriba ali\·io en el cuerpo y en el alma. En el cuerpo, con alimento material, y en el alma, con el bálsarr¡o de las buenas palabras, impregnadas de caridad fraterna. ¡Cuánto bien no hacen a los en– fermos visitados los señores de las 16 Conferencias de San Vicente de Paúl! Las enfermedai:les que aquejan a los pobres del suburbio son múlti– ples. Mns entre éstas quiero fija r mi atención en aquellas que provie– nen del alcoholismo. Que abundan los alcohólicos en los suburbios es innegable. Si, se– gún datos aproximados, un 25 por 100 de las personas mayores que vi– \·en en cierto país culto se ven ata– cados de este \·icio, no será exage– rado afirmar que el nt'rmero de los alcohól icos en los suburbios es muv crericlo. ' No hay vicio que tanto denigre y envilezca al hombre, reduciéndO– le a la conaición de bruto, como éste. .\luchas de las personas que se entregan a él, sobre todo pobres y obreros, lo hacen por olvidar su miseria físi ca. y moral. Cansados de la lucha de la vida, agotadas sus energías, desesperados y faltos del consuelo de la religión y del consejo de un buen amigo, se en– tregan a la bebida buscando en ella un medio para olvidar sus desgra– cias personales r familiares. Fue en uno de los suburbios por n1i atendidos; le afeaba a un po– bre obrero su conducta por gastar en la taberna lo que necesitaba su familia para comer. "¡Qué quiere usted, Padre -me respondió- ; al menos, mientras duran los efectos del vino no siento las desgracias de mi familia ! " ¡ Cuánto bien pudieran hacer a estos desgraciados sus amigos, di– ciéndoles las consecuencias nefas– tas que acarrea el vicio para sí y

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