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-:1:.1- Ás{ pues, no basta querer la justicia en Jos demás, basta pronurar que todos sean justos y cumplan la ley de Dios nuestro Señor; es preciso para tener hambre y sed de justicia, que procuremos hacernos á nosotros mismos justos, santos, esclavos de JeSlÍs. Y si ya so. mos santos, santificarnos más. A Je~ús nunca se le ama con exceso. S61o así son bienav.mturados los que han hambre y sed de justicia; porque ellos se· rán hartos. II Y ¿tengo yo hambre y sed de justicia? ¡Infeliz de mí! sé dar un consejo si me lo piden, y quisiera que todos fueran santos. Pero esto lo hace también el impío. ¿Quién no ama la virtud en los demás? ¿Quién la aborrece en sus hermanos? Pero ¿la procuro para mí? ¡Cuántas v:ces no he pensado tal vez que la virtud es una cosa triste, una carga inso– portable! Renunciar hoy, más rnrde, siem– pre á todos los apetitos, á todas las pasio· nes, á este pensamiento que me recrea, á este deseo que abriga mi coraz6o, á este ne· gocio, á este acto, á esta diversión, me ha parecido imposible para mí, y solo realiza– ble para los Jemás hombres. Y en estos me ha entusiasmado, me ha seducido: no he

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