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Contempla, alma cristiana, con qué paciencia y mansedumbre suíre Jesús estos atrocisimos dolores sin quejarse ni de las espinas que agujerean su cabe– za. ni de los clavos que télladran sus piés y manos, ni de los verdugos que tan cruel y bárbaramente le trntan ! ¡ Jesúi; es nuestro modelo y ejemplar! Si que– remos salvarnos, estamos obligados a seguir sus pasos e imilar sus ejemplos. Pero nuestra demasiada sensualidall, nuestro amor a lo tPrreno, la repugnancia que sentímos a la mortiíicación, nos im– piden seguir a Jesús Nazareno pnr el Ci'mino que El nos ha trazado. •El que quiere venir en pos de mí. tome su c111z y sigame», es el grito que lanza a toda la humanidad y la humanid11d ha oído ese grito; la humélnidad ~abe que no hay otro camino que la cruz para salvarse; pero la humanidad, los hombres, las cria– turas, se resisten a llevar la cruz. y cuan– do la llevan, gimen, se desesperan. Así no se puede escalar el cielo 1 ror tus clavos, oh buen Jesús. dad– me gracia para llevar la Cruz hasta la muerte. Se medita un poco y se pide la gracia. 32

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