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de un juicio, buscan testigo¿; y no les importa que sean verdaderos o falsos, si al fin consiguen paliar la sentencia con la sombra de la justicia. La envidia, el odio, el orgullo, la hipo– cresía se arman contra Jesús; la envidia pide la ml!erte; el orgullo no quiere comprometerse y para aparecer justos viene la hipocresía cubriéndolo todo con el manto de la inocencia!. Cuántas veces he querido cubrir mi mal con velo de bien, mi envidia con ca– pa de celo, mi orgullo con máscara de una falsa piedad, mi interior corrompido con una fingida compostura exterior y finalmente mis intenciones malignas con una aparente probidad! ¡Oh Dios mío, que escudriñáis los corazones! Qué será de mí, cuando los rayos de vuestra divina luz esclarezcan los pliegues de mi corazón? Sufra, Señor, humildemente las ca– lumnias teniendo presentes vuestra ino– cencia y humildad. Amén. (Medítese un poco sobre lo leído y pídase la gracia que se desea obtener.) Cinco Padrenuestros a las cinco lla– gas de Jesús Nazareno. 14

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