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a memorable época, en la que tuvo lugar la apari- ión de la Virgen María y empezó el pueblo a invocar– con el particular título o advocación del Unzizu, que a llegado hasta nuestros días. Pero, ¿cómo y por dónde emos de abrirnos camino, habiendo transcurrido tan- ísimos años y estando cerradas todas las vías de in– reso? ¿Quién podrá darnos la mano en tan ardua y ificil tarea, no existiendo otro vestigio que el preno- ado en el argumento que acabamos de apuntar't Ciertamente, más que difícil, reconocérnoslo poco enos que imposible; sin embargo, atendiendo a esos ~ ntiguos vestigios que, como inestimable tesoro, nos an legado los siglos, bien podemos conjeturar, sin ejarnos llevar de ilusiones y delirios, que esa bendita Época se remonta al imperio de los godos, o a lo sumo a los principios del Reino de Navarra. Será todo lo problemático que se quiera mientras no haya docu- ~ . entos que lo acrediten a ciencia cierta, pero no de– ará de ser muy verosímil nuestra conjetura, si nos fi– amos en algunas construcciones similares cuya forma 1 delata a simple vista los tiempos a que nos referimos. 1 Con respecto a la advocación de Unzizu que nos– :otros hemos conocido, ya es otra cosa. Siendo, como ¡realmente lo es, genuinamente vasco, tenemos que con– ¡venir en que nuestro pueblo no conocía por entonces otra lengua, pero suponemos que ha habido alguna al- ' teración en la palabra, si bien no nos es dado afirmarlo categóricamente porque no estamos al corriente de las etimologías vascas. Nada más fácil que una de esas al– teraciones cuando un pueblo abandona su propio idio– ma para engolfarse en un extraño. Mas dejando a un lado toda otra discusión y cor– tando las precedentes. ricas en santos recuerdos y atrac– tivas en sumo grado, por no alargar con exceso el pró~ 6

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