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za de nuestra clementísima Protectora. Al decir qu la Virgen María es Madre de Dios, decimos con ver dad todo cuanto cabe expresar de grande y sublim con respecto al objeto de nuestra veneración y amor los hombres más eminentes en ciencia y santidad n ban cesado de aclamarla Madre de Dios, deshaciend con esa sencilla expresión todas las argucias de Ja fal sía y demostrando con profundo razonamiento que to la Iglesia Católica le conceden de buen grado los ma yores privilegios, pero le niegan el que es fundamento de todos ellos: la Maternidad divina. Su malignida es diabólica; no hay para ellos salvación. En cambio Quien se contentara con llamarla Reina de Jos ángele y Emperatriz d:! cielos y tierra, no reconociéndola po Madre de Dios, en vez de ensalzarla, no haría más qu rebajarla y vituperarla. Los herejes y Jos enemigos d das Jas otras grandezas que Ja Virgen Maria posee n son más que una consecuencia natural de aquella gran deza soberana que le fue otorgada al hacerse Hijo suy el Unigénito del Padre Eterno, o sea, al encarnarse e sus purísimas entrañas el Verbo increado. Proclame mos también nosotros esta sublime verdad, cumpliend nuestro deber de hljos de la Iglesia Católica, y nad podrán contra nosotros Jos enemigos de Ja Santa Fe. PUNTO SEGUNDO La consideración de esta profunda verdad debe lle narnos de gozo y entusiasmo, puesto que nos pone de manifiesto, por un lado, el poder del Altísimo, y po otro, Ja exaltación de la naturaleza humana sobre la estrellas del firmamento. Por el pecado de nuestro primeros padres había caído todo el linaje de los hom bres en el abismo de Ja más deplorable infelicidad pero mediante el encumbramiento de la Virgen Ma 1

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