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4 Eran las cuatro de la tarde del 21 de Enero de 1840, (¡año aciago para mi pueblo!...) el sol tocaba á su ocaso y parecia que ocultando sus rayos enlre obscuros celages quería a11unciar á estos habitantes escenas de luto y hor– ror, cuando unos soldados llegan á la plaza llenos de pa– vor é impacientes exigiendo bagajes para conlinuar su precipitada fuga: los vecinos sorprendidos se hacen unos á otros las siguienles preguntas: <~ué hay?» «Qué dicen estos militares?» Y nadie satisfacía su ansiosa curiosidad. Principiaba el crepúsculo de la tarde, cuando hirió nues– tros oidos el eslruendo de Jos fusiles que se disparaban como á media legua al Este del pueblo; y los fogonazos, que de mas cerca cada vez se veían, confirmaban la no– ticia, que ya corría de boca en boca, de que las tropas carlistas hallian caido de sorpresa sobre la columna Cons– titucional situada en Alcocer. Sobreviene la noche, y á poco rato se inundan las calles de tropas fugitivas, y en tal disposicion, que los gefes y oficiales preguntan por sus tercios, y los soldados no saben el paradero de aque– llos. En tales instnntes déjase oir la voz del pregonero, que de orden del General dice: «Pena de la vida al que no trasporte madera al puente de Auñoo. » Mas á los pocos momentos el pueblo quedó en el mas profundo si– lencio, temiendo la entrada del vencedor. A las doce de la noche el Ayuntamiento con golpes á las puertas y avisando de casa en casa comunicaba á Jos vecinos un oficio que del gefc carlista acababa de re– cibir, el cual decía asi: «En atencion á haber espulsado Espartero las familias de los que siguen Ja bandera de D. Carlos, salgan en el momento de esa poblacion todos los que tengan parientes en las filas Isabelinas, si quie– ren evitar el ser pasados por las armas.» Oida esta comunicacion, el viento se puebla de ayes y lamentos: el anciano padre y la achacosa madre y el balbuciente niño, arrancado de su blando lecho, abandonan su querida casa y trepan por la montaña para librarse de Ja muerte con que se les amenaza. Entre el susto y el pavor se pasa el resto de aquella noche, y amn'1ece el aciago dia 22 opaco y nebuloso, cuyas horas pasan unas eo pos de otras sin ,que nadio sepa el paradero de

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