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34 humildad el perdon quo se nos concedía bondadosa– mente, a}jmentámlonos en seguida con el pan delicio– sísimo de los ángeles. ¡Oh! No acnbaria yo, cristianos, si quisiera continuar enumerando los motivos pa1·a nuestro gozo , como tambien para nuest1·0 recól\oci– miento , los motivos que nacen de ser este reslamado templo el mismo en que recil.limos tan imponderables beneficios. Aüadid á lo que llevo indicado, que todo puede aplicarse igualmente á nuestros piadosos é ilus– tres antepasados. Aqui recibie1·on lambiell ellos el Bau– tismo y los <lemas Sacramentos , que forman toda nuestra existencia espiritual : estas paredes son tam– bieo los testigos de la vida de sus almas. Nosotros po– dremos de hoy mas, como lo hicimos antes, arrodi- 1Jaroos sobre las losas que cubren sus despojos morta– les; podremos colocal'nos sobre sns sepulcros, y rogar al Seilor por su descanso, reiterando Ja protesta de nuestra creencia, que no es otra que la suya ; porque su credo es nuestro credo; nuestra fé es la misma que ellos profesaron heredada de sus ascendientes. Es aquella eterna fé, cadena misteriosa, cuyo punto de partida es Dios, cuyo primer eslabon es Adan, en– lazándose sucesivamente sin inlerrupcion por los Pa– triarcas, por los Profetas, por los Apóstoles, por los Padres y Doctores de Ja Iglesia, y poi· lodos los cre– yentes hasta nosotros. Y esta circunstancia, decidme, ¿no es harto poderosa para vuestt'o t'egoc~·o y vuestt'o agradecimiento? Pues reparemos ahora en otras circunstancias mu– cho mas dignas de consideracioo. Nuestra Iglesia, sei\ores, sale de Ja esfera en que por lo comun se ha– llan colocadas las demas , y descollará por cima de todas ellas. En dos elevadisimas ·razones se funda esta preeminencia. Es la primera el haber sido consagrada por nuestro Señor Obispo. Y consiste la segunda en designarla hoy el dignisimo Prelado por uno de Jos ocho templos que, por concesion de Ja Silla Pontificia, gozarán un dia del año en esta diócesis del gran privi– legio que tienen las Basílicas de Roma ,'"respecto á las indulgencias. ¡ Qué motivos , oh piadoso vecindario,

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