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8 olvidar las víctimas inocentes, cuyo número se babia au– mentado con la persona del honrado regidor 1. 0 , y dos sugetos del pueblo de Córcoles que habian venido con partes para el gefe; por lo tanto unido á mis compañeros, los dcmas sacerdotes, que estaban poseidos de mis mis– mos sentimientos, dimos pasos, practicamos diligencias y empleamos cuantos medios pudiera sugerirnos ton apu– rada sitoacion ; mas todo fué inútil... Solo para la muger so consiguió el indulto, y otro de los de Córcoles, al que con pretésto do una urgente necesidad se le permitió salir con un centinela de vista, protegido por la confusion que había y por la oscuridad de la noche, logró fugarse, librándose de este modo do una muerto cierta , cual fué la de sus desgraciados compañeros. Estos , pálidos y des– greñados, estaban en la sola de la cárcel custodiados por centinelas, y acompañados de dos filas de hombres y mu– gores retenidos que los contemplaban en triste y com– pasivo silencio: los ministros de Dios e.xhortaban á aque– llos infelices á santa conformidad, y olios al ver en la pared una imágen del Crucificado se resignaban y procu– raban en tan críticos momentos imitar la paciencia , la humildad y caridad del Redentor. Pocas horas despuos vi á estos infelices caminar por su pié entre bayonetas hácia las tapias del templo, lle– nos de recogimiento y compuncion; y á poco el ruido de los tiros llegado á mis oidos me anunciaba que ha– bían dejado de existir. A las siete y media de la mañana del dia 23 quedó desocupada esla villa de tan fatales huéspedes, y los ve– cinos comenzaron á salir á la calle manifestando en la pa– lidez de sus semblantes y on sus tristes y silenciosas mi– radas el profundo sentimiento y el pánico terror de que se hallaban poseidos. Repuestos algun tanto del abatimiento que era con– siguiente á tan crueles escenas, se dió sepultura á los ca– dáveres; y ademas á propuesta de don Salustiano Otonel, organista de la parroquia, se apeó la cañería del órgano y se trasladó á una casa particular, verificándose esto entro el humo y los paredones calcinados que aun caían, por el referido Olonel y el que escribe estas Uneas.

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