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(54) SEGUNDA PARTE. S, yo intentase persuadiros ahora que esta voz magnificencia , y lo que ella en rigor significa , conviene a este Templo por los mismos principios , ó del mismo modo que convino al de Jerusalén ; esto es, si quisiese llamarle magnifico por lo que ven los ojos , desde luego desperdi- ciaría los momentos , y merecería con jus- ticia la risa y burla de todo hombre sen- sato. No he olvidado, que la magnificen- cia bien entendida no estriba 0 consiste en lo obstentoso y serio de la obra, ó en lo dificil y costoso de su execucion , ó en lo elevado del fin a que se erige; si que consiste precisamente en el conjunto de de todo esto. Por manera, que- objeto en donde no se hallen unidas la grandeza de la obra , la grandeza del Artifice, y la grandeza del fin, no tiene justicia 4 ser marcado con el epiteto de magnifico. Yo bien sé que midiendo esta obra por sus cl£-
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