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4 dad , nos dice el E spiritu Santo , que son en su Di\•ina Escritura. Su profundidad no nos permite compreenderlos ; su grandeza nos precisa á vene– rarlos ; y su terribilid;:<l nos obliga a temerlos. A e:.tc inmenso caos de los divinos juicios corresp o n- de la voluntad de D ios secrct:i, y ocultisima so- bre el determinado número de futuros , entre el in– finito de lo~ posibles , con el qnando de su ex1s– tencia, y el espacio de su dmacion : pertenece 1:i variedad de nuestras suertes , la diferencia de nues– tros destinos, y la diversidad de nuestros estados, é inclinaciones ; y no menos la permaneucia de nuestra vida , el tiempo , y modo de nuestr.1 muer- te > nucsuu fin , y paradero en la eternidad. Dios es, el que de la misma suerte que conoce el nu– mero fixo de las estrellas, y a cada una la llam21, y distingue por su proprio nombre , (a) conoce quantos , y quales son los que en la dilatada su– CCiion d-- los siglos hemos de vivir sobre 13 tier– ra. Dios es el que a la manera que señaló térmi– nos a las furiOS1S ohs dd 11\:U , y les p,lSO pre– cepto, para que de él. no pasasen, (b) los asignó igualmellte a n_uestra vida, para que de él no se ex~ ceda. (e) Y D10s es el que del mismo modo que ha criado div:rsos gene_ro~ d~ cosas , y en ellas di– ferentes especies con ~1suntos individuos sin confu– sion , ni desord_>!n , as1 ordena en nosotros las dis– tintas clases , dispone _las contrarias suerte¡ que ve– mos., y establece destinos o_puestos , y encontrados para el_ buen ord<:n del umv~rso.. ~s justo en sus pensamientos, sab10 en sus d1spos1c1ones , y recti~ simo

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