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161 terwn aestimas ó tua virlll_te. (a) Temamos, pues, pe~ ro sin desco11fü1r de su m1sencord1a. E speremos, mas sin dexar de temer la profund1d.1d d.! sns juicios so– bre nnestra vocacion a la Pcrntencia, 6 a la Fé . . . ' ' p ara nuestra necesaria J l1Sttllcac1011; pues solo él t iene en sil mano la llave del poder, y del que– rer, para franquearnos la entrada por esta puerta; la que si él nos abre no habrá quien la cierre, y si nos la cierra ninguno podrá jamas abrirla: Sanc– tus , el verus, babet ctavem D avid: qui aperit , el 11.;.no ctaudit: claudit, eJ tuJmo aperit. (b) Jllicios, que si tan formidables se nos presentan en orden a nuestra justificacion , no Jo son menos~ respeto de nuestra salvacion. II. Bien puede decirse, que este pavoroso mie~ do que nos resulta de lo infalible de nuestra muer– t e , de Ja incertidumbre de lo que para despue.s nos espera , de los temores que para e!Jo atormen◄ tan a nuestro corazon , y de los diversos eucon. trados pensamientos, que ofuscan a nuestra 1magi~ naci.oii, y conturban nnestro espmtu, son por lo menos una gra11 parte de aquel pesado yugo, que dite el Eclesiastico ha puesto Dios sobre todos los hijos de Adan, y llevamos sobre nuestros hombros desde gue recibimos el sér, y nac"°mos de nues-– tras respectivas madres, basca el dia en que nues– tra comun madre la tierra nos recibe en sus entra– ñas yá defuntos. (e) i Qué de sustos, qué de an– xiedades, qué de sobresaltos no motivó la incerti– dumbre de su salvacion a tm David penitente, li X un a lbid.v.q. b J\pocal.3.7... .t.;ccli,40.1.=VidcAl,¡,pi• de bic. vers.!1,&c,
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