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e ciegos, rescatar á los cautivos, abrir las cárce- les del limbo á los que allí estaban detenidos y volverse con ellos á la diestra de su Padre, de donde le habia hecho desender la infinita cari- dad con que los amaba. Sí, aquella su cruz fué figurada en la rama que tomó Abimelec sobre sus hombros, para que á ejemplo suyo practi- casen lo propio sus soldados en la conquista del fuerte castillo de Siquen: fué la columua prodi- giosa de nube y de fuego con que condujo á sus escogidos por el desierto de esta vida, hasta con- cederles la entrada y posesion de aquel prome- tido reino del cielo, de donde fueron arrojados los ángeles malos que habia criado en él para que lo ocapasen; y fué la misteriosa varita de humo, que en fuego de su ferviente caridad, se formaba de los mas preciosos aromas de sus es- tupendas virtudes, para que traidos del buen olor de sus ejemplos, corriesen en seguimiento de él todos los santos. !1Qué poder tan «admirable; PUNTO SEGUNDO. Considera la ardentisima caridad, que nuestro Señor Jesucristo manisfestó á los justos en llevar por ellos la pesada cruz, y los maravillosos efec-
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