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A Virgo tua, el baculus tuus, ipsa me eonsolata sunt. Psal. 22. 4. Considera, alma, el gran poder de nuestro Se- ñor Jesucristo en el ardiente amor y caridad con Ñ que tomó la cruz para favorecer y enseñará los justos sus escogidos. PUNTO PRIMERO. Considera los grandes clamores y sentidísimos suspiros con que la pequeña pero preciosa por- cion de los escogidos pedia y deseaba la veni- da de su Señor en carne, para su consuelo y remedio. A la verdad ellos, desde que se cerra- ron las puertas del cielo y se les privó á todos el conocer la senda que guiaba al árbol de lavi- fp da, andaban como ovejuelas errantes buscando á su pastor para que les diese los pastos de la salud y los condujese á las fuentes del agua de la vida: ellos carecian de aquella soberana cien- cia que solo podia enseñarles el que les habia prometido venir como maestro y doctor para en- señarla á su pueblo; y ellos se miraban tan le- jos de Dios que su trato le era á muy pocos concedido, la noticia de muchos de sus misterios ¡ no á todos se comunicaba, y aun á sus profetas
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