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a de los pasados castigos, de que firmaba las pa- ces con los pecadores, y de que en adelante los trataría ya con misericordia. Esta le trajo al mun- do, esta le hizo abrazarse con aquella cruz, y esta le obligó4 empeñar su gran poder á favor de los mortales. ¡Oh Jesus mio! ¡qué suave, qué dulce, qué amable sois para todos! Verdadera- mente vuestras misericordias sobrepujan á la se- veridad de vuestra justicia, y a todas vuestras obras. PUNTO SEGUNDO. Considera esta grande misericordia de nuestro buen Jesus, con los pecadores, y el grado altí- simo á que llegó cuando tomó para su remedio aquel pesadísimo leño con que abrumaron sus es- paldas. Fueron los pecadores mientras vivió Je- sucristo el objeto de su conmiseracion y de su cle- mencia. Ellos le debieron siempre los mayores Cui- dados y las primeras atenciones: y ellos oyeron de su boca las espresiones mas liernas y amorosas. Por ellos llora una y muchas veces: por ellos suda, y se fatiga, y por ellos se olvida de su descanso y de su preciso sustento. El los busca, él los lla- ma, y él se les entra por las puertas, franqueán-

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