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Soo” E to. Unas veces se vale de las serpientes, de los osos y de los animales inmundos para castigarlos, otras del mismo sustento con que se alimentan pa- ra sofocarlos: y no pocas de ellos propios para que se destruyan los unos á los otros. Aun los santos ángeles que señaló para custodia de los hom- bres, han sido mas de una vez el ¡ostramento de sus iras contra ellos, haciendo ya que diesen muerte en breves instantes á todos los primogéni- tos de Egipto; ya que quitasen la vida en una noche á ciento y ochenta y cinco mil pecadores; y ya que azotasen al sacrilego Heliodoro, y que destrozasen ejércitos enteros. ¡Qué horror! No rara vez el pecado de uno solo ha sido motivo sufi- ciente para la ruina de muchos, como se yió en Egipto por el de Faraon, en Israel por el de David, y por el de Sennaquerib en los asirios, Tanto llegó Dios á siguificar este su ódio á los pecadores, que aseguraba le eran fastidiosos sus sacrificios, mandaba Á sus profetas que no roga- sen por ellos, y aun decia que ni los queria por pueblo suyo, ni ser tampoco para ellos. ¡Oh infe- licidad del pecador! Entretanto que los pecadores oprimidos con el inmenso peso de sus culpas gemian inconsola- bles al golpe de tantos males, que se hallaban imposibilitados de subir al cielo, y que se mi-
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