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E, dar con su vida hasta la última gota de su san- gro preciosísima. Reflexiona bien la ninguna ne- cesidad que tenia de nosotros el que por sola su bondad quiso á tanta costa suya redimirnos: lo fácil que esto le era con solo habernos perdonado la culpa y sus reatos, con haber enviado algu- no de sus ángeles con este cargo, Ó con solo acep- tar los méritos de un justo, si asi hubiese que- rido hacerlo y repara cuante- es el amor que nos demuestra en haber venido él mismo en per- sona, como prometió por Isaias; y en haberla hecho tam copiosa que en el inmenso caudal de sus méritos 'sobró infinito precio para redimir in- numerables mundos mas si los hubiese. Suyo es y no nuestro el perdon de los pecados, la gra- cia que nos justifica y el reino de la- gloria á que aspiramos: cómo podrémos pues conseguir es- to sin dolor, sin mortificacion y sin trabajo? Duro nos es el domar nuestras pasiones, dificil el vencer nuestros espirituales enemigos, y ár- dua empresa el practicar las virtudes que son los medios necesarios para ganar el cielo: pero seremos muy necios, si teniendo á la vista el ejemplo de nuestro Redentor nos imaginamos el “poder superar estas dificultades por otro medio que el de llevar con fortaleza y constancia la cruz del padecer cuanto para esto se juzgue ne>
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