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sm Mo cion y del mayor desprecio. ¡Oh qué esca tud esta tan digna de llorarse! Pero ninguno esperimentó tanto como nuestry Señor Jesucristo esta gravedad infioita del pecado. Aquel Señor que nunca pecó, ni pudo jamás pe- car, llevó sobre su cuerpo nuestras culpas en el madero de la cruz, que voluntariamente abrar por nuestro remedio. El peso de ellas, que para nosotros que las cometemos no suele en esta vida percibirse, le fué tan gravoso, que le obligó4 eaer en tierra hasta tres veces. ¡Qué asombro! Aquel tan grande, faerte, y poderoso que hace estremecer la tierra solo con mirarla; que tras- torna los montes antes que ellos lo perciban, y que enciende con su divino aliento el fuego inestin- guible del abismo: aquel, que con los-tres dedos de su omnipotencia, sabiduría y bondad sustenta todo el orbe, que puede en un solo punto aniquilano, y que todo lo gobierna con poder tan absoluto, que nadie pueda reconvenirle del por qué así lo hace; y aquel en cuya presencia doblan sus rodillas los que llevan en sus manos la inmensa mole del mundo, tiemblan las mas supremas potestades del cielo, y no- hay poder en todo lo criado que pueda con el suyo equipararse, abrumado con el infinito peso del pecado, cae con él en tierra, llora, suda sangre, y padece- mortales agonías. ¡Oh cuanta

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