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el Obispo : apague V., amigo”, ese fuego, mi- tigue su ardor con el rocío que graciosamente envia á nuestra alma la Religion); verá luego como se pueden oir las injurias con serenidad, se puede rogar por los que nos calumnian in- justamente, y esperar su verdadero arrepenti= miento. Siéntese V., tomemos un polvo, y ha- blemos con serenidad y sosiego. — Tomemos asiento enhorabuena ; pero sepa V., Señor O- bispo, que desde 4 noche, en que no pudien- do dormir encendí luz y acabé de leer la abo- minable respuesta de ese Frayle, me siento co- mo electrizado- y echando chispas al menor con- tacto de sus escandalosas truhanerias. — Cacha- za, hermano,'cachaza : sírvanos la calma del espíritu y la serenidad del corazon para formar debidaménte nuestras mútuas observaciones. Dígame V., ¿ha encontrado V. buen gusto en el escrito del hermano Manuel? — No, Se= ñor. El buen gusto de una obra resulta de un sentido exquisito que sabe poner cada cosa en su lugar para que produzca el mejor efecto; y en la respuesta del Frayle nada está en su qui- cio. Llamaradas, especies inconexas, interpreta- ciones malignas, chuladas de taberna, excla= maciones, pasmarotas por todas partes. =A lo menos le hallará V. elocuente. — Nada de eso: se dice con razon que un escrito es elocuente, cuando en él se halla el espíritu que concibe con
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