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70 car á su amo de sus casillas. — Amigo, en el teatro de este mundo, y aun en el otro, cada uno hace su papel. Toda la dificultad consiste en representarle bien por acá, porque allá se hará, no el que cada uno elija, sino el que se le diere por el Gefe del teatro, en conformidad á sus méritos anteriores. — Señor Obispo, Señor Obispo. — ¿Qué se . ofrece? — ¿No oye V., una algazara infernal , una trisca, una bulla descompasada allá abajo en el corral? Asomémonos á la ventana, y ve- rémos quien la causa. ¡Jesus! ¡Qué visiones tan extrañas ! Mas de dos docenas de diablos con pala en mano, jugando á la pelota y solazán- dose con la respuesta del hermano Martinez! — V. tiene gana de burlarse, ó me quiere ha- cer tan crédulo que trague una invencion tan disparatada. — ¡Cómo! Si V. no lo cree, acér- quese á la ventana y lo verá. — Es verdad. ¡Qué figuras! Aun viéndolo, no lo creo : esto será alguna ilusion. — Qué, ilusion, ni qué rábano. ¿No vé V. alli aquel diablo cojuelo, listo como el viento, que á cada palotada despide por el ayre, como balas, las hojas descuadernadas? ¿No vé V. en frente aquel otro diablo chisga= ravís que se las dewuelve con la mano hechas añicos? ¿No está V. viendo qué divertido le tiene la fiesta á este vejancon, y como sé rie á ' d ¿ y carcajada tendida? Pues ¿ y aquel de las narices to

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