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259 co que la nieve. Manos á la obra. Hallábame por mas de un año fuera de Zaragoza y den- tro de la diócesi, obedeciendo las órdenes de mi Señor Arzobispo, y cumpliendo en su nom- bre los cargos del ministerio pastoral , cuando se rindió aquella capital, despues de la mas heróica defensa en los dos terribles sitios for- amados por los egércitos franceses. Apénas ca- pituló me enviaron á buscar por un Señor Ca- nónigo, en nombre del Mariscal Lannes, de la ciudad, del Cabildo metropolitano y de los de- mas cuerpos de la misma. El pueblo donde me hallaba era un barrio de Alcañiz: llamado Val- dealgorza , y sugeto ya 4 las armas de Francia desde que aquella ciudad fue tomada por asal- to: intimóme el Señor Canónigo su comision, reducida á que viniera á predicar y ser útil en la afligidísima Zaragoza. A esta dulce voz útil á-mi patria, amable objeto de mis afanes por mas de cuarenta años, me degé conducir co- mo un prisionero que es trasladado de una cár- cel á otra cárcel ; de un pueblo sometido antes á las armas francesas á otro pueblo que acaba- ba de capitular. No olvide V. esta notable cir- cunstancia. Llegamos á Zaragoza al anochecer del primer viernes de+=marzo del año 1809: al siguente dia por la mañana ya me pidieron el discurso que habia de predicar al*pueblo y al egército el domingo. Les respondí no habia

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